Mi vida como lector

¿Qué recorridos lectores hiciste a lo largo de tu vida, y seguís haciendo? ¿Cuáles son los escritores que más te han marcado?

Mi inicio como lector se dio más o menos en el mismo estilo que siguió en cada etapa, y que se da hoy mismo: varios libros a la vez, y dentro de esas elecciones cierto predominio de la novela. Otra parte es determinada por la necesidad de saber o de encontrar respuestas, y también mucho de encuentro fortuito, de curiosidad, de deseo errático, de darle una oportunidad a cualquier tema o texto.

Ahora vengo de leer bastante sobre las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo, pero paralelamente leí una novela de Philip Roth y empiezo otra de Junot Díaz.

Más o menos así leí siempre: de chico pasé por un curso de electricidad y radio que compraba mi papá, que le iban llegando las lecciones mensualmente, leí libros de mi hermana que estaba dos grados más adelante, una novela sobre un adolescente esquimal, los tomos del Lo sé todo.

Después empecé a ir a una biblioteca pública y sacaba títulos al voleo, llevado siempre por una mezcla de placer y necesidad.
De los doce a los quince o dieciséis leí mucho marxismo, por una deriva circunstancial: creo que buscaba argumentos contra la existencia de Dios y así llegué a Marx, a libros políticos y a todo ese pensamiento que de todas maneras en esa época, los setenta, estaba en el aire.
Como casi toda mi generación milité en partidos de izquierda de modo que muchas lecturas también pasaban por ahí.

Mis lecturas iniciales literarias arrancaron con Cortázar. Leí y copié a Cortázar durante muchos años, lo mismo que a Onetti, a Arlt, a Rulfo, Vargas Llosa, García Marquez, toda la narrativa latinoamericana.
Pasé por una etapa de culto al surrealismo, y en esa etapa empecé a leer a los norteamericanos (Hémingway, Fitzgerald, Norman Mailer, Melville) y los rusos (Chéjov, Gogol, Tolstoi)...
Como no tenía alguien que me guiara en la lectura, me orientaba por los mismos dichos de los escritores que me gustaban, por contigüidad, por afinidades que captaba entre ellos. Ese fue mi inicio.
¿Hasta cuándo se puede hablar de inicio, si no se considera que inicio es siempre? Pongámosle hasta los veinte, solo para organizarnos.

En fin, no creo que la lectura pueda ser genuinamente organizada salvo en las etapas en que uno estudia un período o trabaja un tema. Es como si alguien dijera que quiere organizar sus romances siguiendo un plan: primero las morochas latinoamericanas, después las caucásicas viajeras, más adelante las divorciadas despechadas, y así....

No existe eso, lo que me parece es que uno va siendo tomado por distintos amores, distintos libros, distintas necesidades.


La literatura infantil y juvenil 1

Te alimentás de literatura para adultos, ¿cómo hacés para "traducir": para plasmarla en el ámbito (de la literatura) infantil?

Hay mucha gente que escribe literatura infantil y lee apasionadamente libros para chicos. No es mi caso, cuando empecé a escribir no había leído nada de literatura infantil, y casi sigo igual. No soy para nada un lector especializado y lo que leo de literatura para adultos de alguna forma se debe colar en lo que escribo para chicos. De hecho, sé que un poco es mi estilo y que en cierto modo me gustaría hacer libros para chicos que no lo sean demasiado.

La literatura infantil y juvenil 2


¿Qué reflexión podes hacer sobre la literatura infantil?

La literatura infantil suele defraudarme.
Entiendo que ha habido un proceso positivo históricamente en la Argentina desde la literatura anterior a los 80: moralista, esquemática, conservadora; que traficaba moralismo (con las excepciones de María Elena Walsh, Javier Villafañe y Horacio Quiroga, entre otros) aun después de la apertura posterior al '83. El cambio no se dio sólo en la nueva apertura temática y la incorporación de modos de mirar más contemporáneos, sino en el hecho fundamental de que la literatura infantil pasó a ser una escritura hecha por individuos que se pensaban como escritores y no como abuelas, educadores, pedagogas, etc.
Valoro este cambio, la literatura infantil dejó de ser un instrumento educativo, pero me parece que todavía no llegó a la madurez. Todavía suele ser demasiado contenida, poco audaz, y es raro porque el género se presta para las audacias, el lector es receptivo a la experimentación.
La otra debilidad que observo es una especie de ideologización barata, que no cuesta asociarla con el gesto moralizante de antes, sólo estaría reeemplazando contenidos, pero seguiría primando la visión de la literatura como instrumental de comunicación y formación. En las condiciones especialísimas de circulación de la literatura infantil mayormente en escuelas, la literatura con “temas” suavemente conflictivos me parece la más oportunista y mercantil.


¿Cómo llegaste a la literatura infantil?

Mi llegada la literatura infantil es bastante casual. Yo escribia para adultos, vale decir, no pensaba en ningún tipo de lector al escribir, y a los 20 años cuando vine a vivir a Buenos Aires con unos amigos, apareció la posibilidad de escribir cuentos infantiles como un trabajo. Ese fue el encuentro casual, pero en la práctica resultó el descubrimiento de una forma casi de diversión. Nos divertíamos escribiendo. Creamos una serie de personajes y cada uno escribía su cuento, y nos reíamos porque adjudicábamos a esos personajes muchas miserias y debilidades de gente que conocíamos. Nos divertíamos y nos iba bien. Nos publicaba los cuentos Centro Editor. Para mi, que estaba en plena época onettiana, la literatura infantil fue una apertura hacia lo fantástico y lo humorístico.

De Silbidos en el cielo a Cupido 13



¿Cuál fue el primer cuento que escribiste?

El primer cuento que escribí, a los 16 o 17 años, fue un cuento para adultos.
Un cuento que se llama "La Octava Maravilla", incluido en Silbidos en el cielo. El cuento trata sobre un triángulo entre una mujer que se disfraza de sirena para exhibirse en un acuario berreta, el marido de la mujer y un muchacho ayudante. Un cuento notoriamente edípico, puedo decir ahora. El caso es que en esa primera experiencia encontré, si puede decirse así, mi “tono” para escribir.

¿Y el último que publicaste?

El último cuento que publiqué para chicos se llama Cupido 13, y es la historia de un ángel que hace una especie de especialización en una institución del cielo, se recibe de ángel Cupido con las mejores calificaciones, pero cuando va trabajar por primera vez está tan nervioso que empieza a flechar mal. El primer flechazo va a parar al corazón de un hombre, pero el siguiente se clava en una milanesa. El hombre se enamora de la milanesa, la lleva a pasear, le escribe poesías, hace planes de casamiento. Lo trágico es que un buen día el perro de este hombre encuentra a la milanesa sobre un sillón de la casa... y se la come.



Lectores

¿Cuál es tu experiencia con los chicos cuando vas a las escuelas?

Suelo tener contactos con los lectores, pero cuando escribo no tengo en cuenta a ningún lector, no tengo presente a ningún chico real.
En todo caso si hay un destinatario es una especie de lector virtual, alguien construido más por intuición que por observación de campo.
Y los encuentros reales suelo tenerlos en escuelas, en la feria del libro, en la cantidad de eventos relacionados que hay en todo el país. Suelo encontrarme con chicos que hacen preguntas, muchas previsibles, algunas muy insólitas.
La pregunta más reiterada es “¿de dónde saca las ideas?” Trato de responderles pero la verdad no sé muy bien de dónde “obtengo” las ideas.
Contesto que seguramente de lo que leo, de las películas, de la memoria, de lo que veo en la calle, aunque mi sensación es la de inventar. Tengo una imagen de mí como la de un cartonero, o un ciruja, alguien que anda por la calle recogiendo restos.
Y yo me siento así, como alguien que con fragmentos, restos de lenguaje, trozos de comunicación, pedazos de historias, arma objetos narrativos de cierta utilidad.
La idea de esos encuentros es el diálogo entre el autor y los lectores, pero a esta altura, después de haber participado en tantos, reconozco que en realidad se trata de un encuentro afectivo, una especie de devolución, de transmisión de cariño.

¿Cuál fue la pregunta que más te gustó que te hayan hecho?

No exactamente una pregunta, algo que me conmovió hace mucho fueron dos nenas que se me acercaron y me dijeron: que los martes a las 11 horas, yo me tenía que acordar de ellas. Y bueno, quedamos así… (risas), que todos los martes de la vida, a esa hora yo me tenía que acordar de ellas dos y que en lo posible ellas harían lo mismo. Me causó gracia y a la vez un poco me asustó, porque yo andaba mal, y necesitaba justamente algo de ese tenor ¿se notaba en mi cara? Bueno, la parte demente de los chicos es maravillosa.

¿Un escritor ve más?

En mi caso veo más de lejos que de cerca… (risas). Creo que un escritor ve con los ojos de la actividad a que le dedica la mayor parte de su tiempo, no por andar observando lo que necesita para su trabajo, sino porque no tiene más remedio que ver de la forma en que se lo dicta su estructura. Es inevitable desarrollar cierta sensibilidad a las fallas de lo real, a los modos de expresión, convertirse en coleccionista de momentos.


Haces uso del absurdo, del humor y del suspenso. ¿Con qué genero te sentís más cómodo a la hora de escribir?


No sé si hay una cuestión de mayor o menor comodidad. Diría que sí noto que cierta sensibilidad hacia lo absurdo y cierta mirada humorística pertenece a mi discurso “natural”, a mi modo de registrar el mundo, y en cambio otros tonos que a veces aparecen en lo que escribo tienen que ver con una retórica buscada. Pero bueno, se hace literatura de las dos maneras.


De los 70 libros que tenés publicados, ¿Cuáles son los que más te gustan?

Bueno, mi valoración de lo que escribo tal vez no sea la más objetiva. Lo que yo tengo es un recuerdo sobre los libros que escribí, y que no los lea no es una pose de humildad, es porque pasado el tiempo de la escritura no se puede leer lo que uno escribe. De modo que guardo buenos recuerdos de algunos de los libros que escribí: Ojos Amarillos, Lo Único del Mundo, El mar preferido de los piratas, La Expedición.

Final para un cuento heroico



Una cosa graciosa es que muchas veces he ido a colegios y los chicos me han cuestionado el final del cuento, porque no están de acuerdo con el original. Generalmente ha pasado cuando el final no es feliz. En ese sentido, los chicos conciben que el final real, verdadero y único, es cuando todo termina bien. Debe ser que están habituados a las películas, o algo así, y cuando el protagonista termina mal, hasta se enojan. Me pasa especialmente con un cuento, “El héroe” que narra la peripecia de un mosquito, o sea, uno de esos seres que masacramos por miles cada verano. Este mosquito reproduce el recorrido mítico de los héroes latinoamericanos: su partida de la pizzería donde vive, su partición heroica en un hecho de sangre, la muerte, y el surgimiento del mito. Es un mosquito que todos desprecian, que vive en una cantina en La Boca, donde todos los bichos suelen reunirse para mirar el partido de futbol en el televisor de la cantina. Y a este mosquito lo cargan, lo tienen para el cachetazo, y un día se va en un barco y termina viviendo en Inglaterra. Un día todos los bichos están viendo un partido de fútbol entre Argentina e Inglaterra y hay un penal para Inglaterra. Todos están expectantes mirando el televisor y de golpe ven que en la nariz del inglés que va a patear el penal está este mosquito y cuando le está por picar la nariz, el inglés patea mal el penal, entonces lo toman como un héroe, pero inmediatamente se ve que el inglés se pega en la nariz, y lo mata. Cada vez que fui a una escuela, al mosquito lo revivieron. Me muestran finales en los que en realidad parecía que estaba muerto, pero se recompuso y pudo volver con sus amigos. Y la mejor de todas esas “correcciones” volvía inmortal al mosquieto mediante el suministro de una sobredosis de insecticida.